Hubo fiesta.
Una suerte de reedición de la "Kermese del bicentenario", a decir de Jorge Asís. Un hombre "distinguido" como Asís es esperable que prefiera las tertulias del Jockey Club. A las que no es invitado, por berreta.
Una fiesta muy linda en Plaza de Mayo. Escenario que, ojo, puede quedar suspendido para el próximo festejo, debido a la proliferación de pirotecnia. O al menos habrá que hacer la festichola "a puertas cerradas", sin público.
Plaza de Mayo (por ahí es necesario aclararlo) queda en el centro de la Ciudad de Buenos Aires. No es extraño, ya que, después de todo, lo que se celebra es un nuevo año (bicentenario más uno) de la "Revolución de Mayo". Ese evento que conmemora cierta apertura comercial para la burguesía porteña y la lealtad aristocrática para con Fernando VII (yo le creo a Lucas, mi historiador preferido).
Pero lo llamativo, para mí, fue el video del himno. Queriendo abarcar, en un pastiche grosero, distintas expresiones culturales del "país". Las intenciones son buenas, pero tenemos que pelear mucho todavía para sacarnos de encima los prejuicios.
Porque el video, como muchas de las cosas que ocurren diariamente, representa de algún modo la forma de existencia que le damos a nuestro país. Una ciudad cosmopolita, que a modo de concesión generosa, le reconoce su existencia (también) al "interior".
Que la Secretaría de Cultura siga emplazada en una mansión del paquetísimo barrio porteño de la Recoleta es algo que ya podríamos empezar a discutir. Porque no tiene razón de ser clara. E incluso puede volverse disfuncional.
Bienvenidas las fiestas. Pero para todos. Realmente para todos.
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