viernes, 19 de mayo de 2017

Apuntes

Lo que sigue es un intento simplificado por encontrar un rumbo ideológico en materia económica.

En algún momento de la historia los señores que acumulaban capital a través de empresas que producían objetos, notaron que si financierizaban sus excedentes podían multiplicar ganancias.
Es decir, un productor de tarros de mermelada ganaba plata vendiéndolos, y parte de esa plata, en lugar de dejarla inmovilizada, se la podía prestar a quién la necesitara para, de esa forma, hacerla aumentar más todavía.

Los bancos rápidamente, oficiando como intermediarios, empezaron a desarrollar instrumentos cada vez más sofisticados para llevar a cabo estos préstamos, a tal punto que algunas operaciones, a esta altura, ni siquiera parecen préstamos.

En fin, con el avance del negocio y la sofisticación de los instrumentos (y de las entidades participantes), se llegó a un punto en el cual la colocación financiera de excedentes resultó ser más eficiente en la reproducción del capital que la misma actividad productiva que había originado la acumulación.

Así, lentamente, el centro de gravitación del sistema capitalista empezó a cambiar.
Los estados tomaron nota del dato, y procedieron a disputarse sordamente la cercanía y amigabilidad con estos nuevos mecanismos de reproducción de capital. Para ello debían generar las mejores condiciones para que el negocio prosperase. Así, comenzó su retirada.

Se fueron eliminando lentamente (a pesar de los riesgos que se corrían en cuanto a volatilidad) las barreras que dificultaban los libres flujos de capitales.

Y como condición fundamental, para brindar la estabilidad monetaria necesaria y las tasas de interés reales deseadas por los financistas, los estados fueron cediendo su potestad de crear dinero. Los bancos (cuyo negocio es crear dinero) asumirían esta función, como fuente creadora de riquezas.
El monetarismo, como doctrina, consiste básicamente en esto: que el estado evite los déficits fiscales, para no monetizarlos (es decir, para no cubrirlos con emisión), para finalmente ceder la creación de moneda al sector financiero privado.

Las entidades financieras pueden crear su dinero (prestar es crear dinero) como fuente de creación de su propia ganancia, mientras el estado debe compensar los desequilibrios que esto genera, achicándose. 

No debe excederse en gastos, para que la entidad regulatoria (el banco central) no tenga que crear dinero excedente para financiarlo.

El estado absorbe, con carestía, los efectos inflacionarios de la creación de dinero de usufructo privado que llevan a cabo las entidades financieras.

Así, lógicamente, se sanciona el fin de los estados de bienestar, ya que no pueden financiar inflacionariamente (monetizando) los servicios públicos y derechos que ofrecen al total de la población sin cobrarles.

Por ende, ahí ya visualizamos dos contrarios irreductibles: la tasa de retorno de la inversión financiera vs. los derechos y servicios públicos universales y de calidad brindados por el estado.
Ponerle coto a la tasa de ganancia financiera es condición necesaria para recuperar los márgenes de acción en cuanto a distribución de riquezas.
Para que el estado pueda recuperar la potestad de crear dinero, y que ésta no sea mera acción de usufructo privado.

Hay, en las economías actuales, sectores críticos, que conforman la plataforma sobre la cual se desarrolla todo el aparato productivo.

La obtención de energía, la infraestructura, las comunicaciones.

Estas actividades básicas, soportes de todo el entramado productivo, requieren, para un desarrollo acorde a lo que las sociedades posmodernas demandan, la aplicación de grandes montos de inversión.

Para poder, entonces, poner a tono estos pilares es necesario tener acceso a la transa de valores financieros por montos muy grandes. Estado y sector privado, sea quien fuera que se ponga sobre los hombros el desarrollo de estas actividades básicas necesita poder recibir grandes sumas por la vía financiera.

Dada la situación actual en los mercados financieros, la contraparte de esta necesidad es la de poner a tono la macroeconomía de un país, integrada al proceso de globalización, para que el negocio financiero que describimos en la primera parte del posteo encuentre un ámbito propicio para desarrollarse.
Queda claro cuál es el lazo de dependencia que los países que sueñan con desarrollarse autónomamente tienen que poder cortar.


Pero para hacerlo, tienen que generar previamente la masa crítica de recursos financieros que le permitan llevar a cabo la inversión necesaria.


Los fracasos o problemas recientes que enfrentaron los gobiernos populistas del mundo tienen que ver con esto. Se quedan sin dólares.


Hay que empezar a pensar de qué forma se puede generar el circuito financiero necesario, sin conceder las tasas de retorno extravagantes que demanda el sector privado.


Este es el desafío del tercer mundo. Hay que ir para ese lado, hay que capturar "cajas" como el FGS de ANSeS (la decisión más importante que tomó el gobierno anterior). Hay que generar herramientas como era el proyecto chavista de "Banco del Sur".


Y hay que hacerlo compitiendo con el sector financiero privado en su propio terreno, el de la acumulación de capital.


Por lo tanto, los estados tienen que pensar en intervenir en los mercados generadores de divisas de los países.


Por ejemplo, si Argentina hace entrar dólares por la vía de los commodities agrícolas, debería tener una sociedad anónima controlada en más del 50% por el estado, para entrar a competir con las multinacionales que operan hoy, por la renta y los recursos financieros que genera el sector.
No hay que romper con el mercado, en tanto no se tiene alternativa más eficiente para cubrir lo que esa institución provee. Hay que ganarlo, invadirlo y colonizarlo.


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