El federalismo y las discusiones sobre él se convierten en un problema complejo.
Principalmente por la (in)definición de los términos usados.
Así, uno escucha cómo excelentes ingenieros piensan que federalizar algo es dárselo a una o varias provincias para que lo manejen de forma autónoma. Lo contrario, por ejemplo, al proceso de federalización de la Ciudad de Buenos Aires. Que justamente cuando se autonomizó se desfederalizó.
Del mismo modo, en nombre del federalismo algunos distritos pudientes reclaman al estado federal que no les sustraiga renta generada por sus propios recursos naturales, y económicos. Consideran que "federal" es aquella organización política en la que cada distrito usufructúa lo que genera. Sin realizar aportes incómodos para compensar las diferencias estructurales.
Y así podríamos seguir con la serie de contradicciones y paradojas derivadas de estas discusiones.
Mi posición en el post anterior no intentaba ser tan pretenciosa. Apenas, señalar que el Estado Nacional, federal, tal como lo conocemos nosotros, sin cambios estructurales ni sustanciales, podía provocar modificaciones severas con la simple decisión de expandir el desarrollo de sus funciones operativas. Descentralizarlas.
Pero, en algunos casos, el porteñocentrismo está tan arraigado, que mencionar la posibilidad de trasladar el Conicet a San Juan o La Rioja (aunque lo siga administrando el Estado nacional, o sea, nada del otro mundo) provoca reacciones apenadas por la pobre gente que se verá obligada a mudarse por trabajo.
Todo esto dicho, claro, desde una ciudad cuya mitad de la población (por ser conservadores en el cálculo) surge de migraciones internas.
En fin. Menos mal que me contuve de plantear la locura de mudar la sede del poder judicial a Mercedes, por ejemplo (100 km de la CABA). Es mucho más racional, en cambio, instalar barrios de lujo en Luján, Pilar o Tigre (50 km de la CABA), para que viva la gente que trabaja en Puerto Madero.
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