El punto de partida
En diciembre de 2015 Cambiemos asumía el gobierno, Encontraba un estado que tenía un déficit fiscal considerable, que sin embargo servía para apuntalar un nivel de actividad interna bastante aceptable.
A la economía argentina le faltaban dólares, producto de la falta de acceso al financiamiento externo, y un exiguo superávit comercial que no lograba equilibrar la cuenta corriente, a pesar de los esfuerzos realizados por una irregular política de control de cambios y tipos de cambio diferenciales que hacía eclosión para la opinión pública en un par de hechos sobresalientes: intento de encarecer importaciones a través de trámites y regulaciones administrativas que dificultaban el ingreso de bienes, diferencia entre el tipo de cambio oficial y el paralelo (blue) que hacía pensar que el dólar oficial era "una ficción", en tanto tenían vedado el acceso al mismo a ese precio quienes compraban para ahorro o para hacer turismo en el exterior.
El plan malogrado
Desde su asunción, Cambiemos intentó "ordenar la economía", entendiendo por esto hacerla más atractiva (y también vulnerable) a los flujos de inversión financiera.
Centrándonos en la cuestión cambiaria, la idea fue volver a un tipo de cambio único.
El plan constaría de dos etapas: una primera etapa de liberación del tipo de cambio que supondría una fuerte devaluación, a pesar de las declaraciones en contrario del entonces ministro de economía, Prat Gay, que decía que la economía argentina ya se regía al valor del dólar blue y no del oficial.
Después de eso sobrevendría una etapa de contracción monetaria y fiscal, altas tasas de interés, y control de la nominalidad de los ingresos para que el traspaso a precios lógico de todo proceso devaluatorio permitiera alcanzar un equilibrio en un nivel de precios más alto, que si se emparejaba con aumentos nominales de ingresos se espiralizaría en más inflación, cosa que se intentaría evitar (de manera infructuosa) pisando los ingresos.
Esta segunda etapa supondría una revaluación cambiaria, apalancada en principio con deuda, para que después, una vez que la rueda estuviera girando adecuadamente, se nutriera de los dólares que ingresarían por cuenta de capital para inversión, ya fuera de tipo financiero o para ampliar la capacidad productiva de determinados sectores: desarrollo inmobiliario e infraestructura de servicios, actividades extractivas (minería, petroleo, gas), energías renovables, complejo agrícola-ganadero.
Devaluación o revaluación
Es un clásico en la historia argentina la puja entre distintas facciones del capital, que tienen una impronta distinta en cuanto al aprovechamiento de las condiciones objetivas del proceso de reproducción del capital.
Están quienes obtienen réditos importantes con los periódicos reacomodamientos del tipo de cambio (devaluaciones): hablamos de los sectores ligados a la exportación de bienes (en general materias primas o productos con baja elaboración). Estos sectores se benefician de un tipo de cambio alto, dado que pueden cambiar los dólares que obtienen de sus ventas por mayor cantidad de pesos. El sostenimiento de un tipo de cambio alto les sería beneficioso, pero a su vez saben la dificultad que acarrea el hecho de que más allá de lo nominal, por traslado a precios, o incluso por crecimiento económico, la tendencia a la revaluación del tipo de cambio real es inevitable.
Del otro lado, están quienes encuentran mayor rédito en los procesos de revaluación cambiaria, arbitrando con tasas de interés en pesos y tipo de cambio nominal casi fijo (capital financiero, bancos).
Estos sectores, más allá de las tensiones recurrentes, han sabido complementarse por etapas, dada la inevitabilidad estructural de los ciclos.
A una devaluación brusca sobreviene un proceso de reacomodamiento de precios y fijación del tipo de cambio vía tasas de interés que con el tiempo revalúa el tipo de cambio real, hasta que por restricción externa, es decir por aumento de la demanda de dólares sin que la oferta lo haga al mismo ritmo se genera nuevamente la tensión que sobreviene en una nueva devaluación.
La crisis subrepticia
A Cambiemos le explotó una de estas situaciones de un modo más o menos inesperado. De repente, la fuente que parecía inagotable de ingresos de dólares, o sea la toma de deuda, se mostró dramáticamente insuficiente para contener la toma de ganancias del sector financiero.
El trasfondo es que no existe el apuntalamiento necesario del ingreso de dólares para inversión que Cambiemos creyó en principio que lograría.
Contrariamente a lo que se podría suponer, esta crisis cambiaria no fue producto de la irrupción del "club de los devaluadores" en la escena. Fue una crisis puramente financiera. Los sectores exportadores no necesitaron retener sus dólares para no hacerlos ingresar al mercado. El esquema creado por las tasas de interés y la montaña de Lebacs creada por Sturzzeneger, más la toma de deuda a niveles estratosféricos, sumados a todos los incentivos para la toma de ganancias de corto plazo brindados a fondos comunes de inversión dejó a los dólares de los exportadores en una proporción demasiado baja dentro del mercado. Ya no mueven la aguja como antes.
Devaluar a instancias del FMI.
Lo que hay es un distanciamiento cada vez mayor entre los valores que se manejan en los mercados bursátiles y la capacidad productivo-exportadora de la economía argentina. Una burbuja inmensa, forzada por la política monetaria ortodoxa del BCRA, que hace que todos los dólares que ingresan al país sean rápidamente absorbidos por la dinámica del negocio financiero, y fugados casi sin mediaciones.
Ante el desconcierto, el gobierno recurrió rápidamente al FMI (estaban muy asustados). Encendieron la alarma (a lo mejor antes de tiempo). Ya no hay lugar para tranquilizar a nadie.
Y entonces el FMI hará lo que cualquier ente lógico haría: sabe que con el actual tipo de cambio, volcar dólares es ofrecerlos para que se escurran rápidamente. El FMI no querrá financiar este esquema de capitalización off shore, porque se van a terminar consumiendo el último recurso que les quedaba disponible.
La situación, entonces, es que entre las opciones que se barajan, seguramente estará planteada la de volver a devaluar, ya que la situación de las cuentas externas de la Argentina, con este nivel cambiario es insostenible. Y acá los exportadores no tallan. El que talla es el prestamista de última instancia, que si quiere que alguien cobre alguna vez algo de lo que le prestó a Argentina en estos tiempos tiene que ayudar a resolver cuanto antes la cuestión externa.
El corolario
La situación se parece cada vez más a la de 2016. Recesión en ciernes, devaluación ya muy fuerte y por ahí mayor (intentando que esta vez se pueda demorar más el proceso posterior de apreciación real, por eso tal vez circuló la idea de volver a poner retenciones), inflación muy elevada con intento oficial de que no se traslade a ajuste nominal de los ingresos, por eso la firmeza en sostener la insostenible pauta del 15%.
En definitiva, Cambiemos desaprovechó el "viento de cola", la situación excepcional de bajo nivel de endeudamiento externo en momentos en que los inversores del mundo andaban a los codazos por llegar primeros a prestarle a la Argentina. Se fumaron 150 mil millones de dólares que tomaron de deuda y no lograron subirnos al "tren de la historia" a pesar de haber tirado a la mitad del kirchnerismo por la ventana y a la otra mitad haberla metido presa sin condena firme.
Ahora van a buscar al prestamista de última instancia para que les confirme que la situación es inviable.
Y lo será más aún, dado que todo ajuste cambiario compromete severamente la capacidad de Argentina de afrontar exitosamente los vencimientos de deuda que se aproximan en los siguientes años.