Soy un adulto devenido de uno de esos chicos a los que el primer regalo grande que le hacían (siempre y cuando sus padres o sus tíos tuvieran la suerte de poder hacerlo) era una número 5. La de los gajos pentagonales a dos colores, preferentemente los del club del que eras hincha.
Si es que ya habías elegido de qué cuadro hacerte hincha.
En la Capital, proliferaban las pelotas blancas y rojas, o azules y amarillas. La azul y blanca que quería yo era más dificil de conseguir.
Muchos de los chicos de esa generación, no teníamos forma de no hacernos futboleros.
No conocíamos otra diversión que jugar a la pelota. En los recreos en el patio del colegio, en las calles empedradas (en las asfaltadas el tráfico ya era demasiado abundante), en las plazas, en los campitos (que algunos había) o en el club de barrio.
No quiero sobredimensionar aquello tampoco. Éramos chicos más o menos como los de ahora. No soy ni tan viejo choto ni tan obtuso como para afirmar que aquella infancia era "más feliz".
Lo que sí es cierto es que la diversidad de nuestros juguetes (esta industria ya tenía cierta pujanza, debido a que absorbía gran parte del plástico disponible, residuo de la explotación petrolera, para la confección de boludeces) tendía a opacarse tras la pelota. Que podía ser de goma, una pulpo, la mencionada número 5 de cuero, o un bollo de papel que si se podía envolver en una media era mejor.
El gusto por el futbol era un destino, tal vez una obligación para muchos de nosotros.
Para el Mundial 86 rondábamos los 10 años. Una vez campeones, Maradona era, para nosotros, más que Batman, más que el Hombre araña (al que todavía no se lo conocía como Spaiderman).
Esa carga emotiva nos acompañó casi invariablemente a lo largo de nuestra vida.
Digo todo esto con el fin de graficar la dimensión de mi afirmación siguiente:
Messi es el futbolista más extraordinariamente talentoso que pueda existir.
Es el mejor de todos.
Es incluso mejor que ese superhéroe llamado Diego Maradona que era más que Batman.
Por supuesto, no sirve de nada si no lo termina plasmando en un Mundial, ganando ese Mundial. Ojalá lo pueda hacer porque sería no solamente una alegría deportiva sino un acto de justicia histórica.