Es cada vez más común
que al actual gobierno se le señale públicamente algunos de los visibles
“fracasos” de sus políticas.
Como respuesta, los
funcionarios suelen maniobrar algunos estandartes de defensa, de decisiones
acertadas y supuestamente beneficiosas para todos los argentinos (los discursos
políticos insisten ciegamente sobre esta imposibilidad).
Una bandera muy flameada es la del
levantamiento del “cepo cambiario”.
Decisión que les cambió
bastante la vida a todos los argentinos. A algunos para mejor, a otros todo lo
contrario. Lo que ocurre siempre, con todas las decisiones.
Indagar un poco en las
características del levantamiento del “cepo” y sus consecuencias a más de un
año de consumado nos permitirá tener una opinión más acabada sobre el tópico,
que el gobierno defiende a rajatabla como uno de sus mejores logros.
El levantamiento del
“cepo” no fue otra cosa que la liberalización de una parte importante y básica
del mercado financiero, tal es el comercio de moneda extranjera.
La decisión implicó una
batería de decisiones conexas que derivaron en la unificación del valor del
dólar en función del libre juego de oferta y demanda, apenas intervenido por el
banco central en su rol aleatorio de comprador o vendedor.
La cuestión es que,
entonces, lo que se desconstruyó es todo un entramado de límites y regulaciones
asentados sobre la base de un esquema de prioridades de acceso a moneda
extranjera, relacionadas (esas prioridades) con el tipo de actividad económica
desarrollada y la incidencia que la operación tuviera sobre el proceso de
formación de precios (principalmente de alimentos) y de competitividad
industrial y comercial, lo cual determina secundariamente el nivel de empleo.
Liberar el mercado
financiero, acorde a la desregulación en el tránsito de capitales que supone la
globalización, significa básicamente permitir que procesos como la formación de
precios de alimentos en el mercado interno y la generación o conservación de
puestos de trabajo queden librados al accionar de factores ingobernables. La
única prioridad la tiene el que tiene más plata.
El primer efecto de la
salida del cepo fue una suba brutal de la cotización del dólar que se usaba
para comerciar, o sea importar y exportar. A eso además se le sumó le eliminación
de las retenciones (que operaban como un dólar diferenciado).
Los productores de
materias primas para alimentos en Argentina dejaron de cobrar 7 pesos por cada
dólar al que se cotizan sus toneladas de producción y pasaron a cobrar 15. Como
el comprador no discrimina precio en relación a si lo exporta o lo usa para
producir harinas o aceites que se consumen acá, el resultado fue un durísimo
aumento de precios de los alimentos en general, muy por encima de la inercia
inflacionaria.
40% aproximadamente fue
el aumento general de precios según datos oficiales durante el 2016. Los
alimentos superaron en varios puntos ese guarismo. Y algunos alimentos básicos,
como el pan, superaron en varios puntos el promedio del total de alimentos, que
ya superaba largamente el total de todos los precios, que superó largamente, a
su vez, el promedio de aumentos salariales.
Pero, lo que para el
sector comercial fue una devaluación, no tuvo el mismo efecto para el sector
financiero, que operaba con una cotización cercana a 17 pesos o más, debido a
las restricciones formales que encontraba (operaban con el dólar ilegal,
conocido como “blue” y sacaban dólares del país a través del “contado con
liqui”, práctica legal pero cara). La remisión de utilidades directa, de parte de
empresas, estaba virtualmente prohibida.
El fin del cepo
significó entonces, en el mismo movimiento, un encarecimiento de los productos
importados y de los commodities exportables que utilizan al dólar como unidad
de cuenta, pero un abaratamiento para el flujo de capitales financieros, que
redundó en menos barreras para el ingreso de dólares financieros y un mejor
acceso al mismo para fugarlo.
Así, las empresas y los
millonarios que ganaban pesos en cantidad por ejemplo aumentando los precios de
lo que venden por encima de los salarios que pagan, obtuvieron una ventaja
adicional: conseguir dólares fácilmente y sin pedir permiso y a menor valor,
para la “formación de activos externos”, es decir, llevárselos del país a
través de transferencias a sus empresas off shore. Como decía Don Carlos, Tudo
bem, tudo legal.
Claro que queda por
definir una cuestión. Si la demanda de dólares aumenta (porque las empresas y
los millonarios aprovechan estas condiciones especiales para la fuga) tiene que
aumentar también la oferta, porque si no se produce una nueva devaluación
(recordemos que el valor del dólar lo pone el libre juego de la oferta y la
demanda). Las inversiones, si bien se incrementaron por operaciones financieras
como compra de acciones, no tuvieron un crecimiento tan grande Las
exportaciones, en un mundo en que el comercio mundial está estancado, tampoco.
Así es que, por ejemplo
en lo que va del año, según datos del Banco central, el superávit comercial (la
diferencia favorable entre exportaciones e importaciones) viene reduciéndose,
al tiempo que por la salida vinculada al turismo, a seguros, fletes y
transferencias de utilidades y remesas, ese superávit más que se compensa,
dando un saldo apenas negativo de cuenta corriente.
Entonces, solamente
queda la esperanza de que por cuenta financiera se den mayores ingresos que
egresos.
Allí es cuando los
liberales descubren el rol del estado. Esta entidad impersonal, que actúa por
orden de “todos”, es capaz de pedir millonarias sumas de dólares (70 mil
millones en 15 meses) prestadas. Para que los que quieran comprar dólares los
tengan disponibles.
Así es que no solo la
mayoría de los argentinos financió, con la reducción de sus ingresos, las
ganancias de los sectores volcados a la producción primaria, sino que además se
endeudó a 20 años, de manera meteórica, esta vez para financiar el
abaratamiento de la fuga de divisas emprendida por grandes empresas
patrocinadas por bancos internacionales que cobran monstruosas comisiones por
desarrollar la ingeniería financiera.
Algunos de estos
inconscientes financistas, los que tienen la suerte…perdón, la meritocracia, de
cobrar salarios un poco más altos, tuvieron su retorno: compraron dólares
fácilmente para irse de compras a Miami, Temuco o Río.
Así fue que la balanza
turística, en lo que va del año, muestra la salida de más de 2000 millones de
dólares de “nuestras reservas”. La parte de la clase media que queda por encima
de la línea imaginaria que se traza con el ingreso familiar promedio, algo
obtuvo a costa de hipotecar nuestras exportaciones futuras y convertirnos, como
país, en demandantes perpetuos de crédito. Hablame de populismo después.
Evidentemente, hay grandes
argumentos para sostener que la salida del “cepo” fue un éxito.
Nos insertó de nuevo en
el mundo de las finanzas globales, ese ámbito tan apropiado para concentrar la
acumulación de capital en cuentas bancarias de “países serios”, esos que
regulan firmemente las conductas impropias de sus habitantes (como cortar
calles) y que hacen lo contrario con los flujos de capitales generados por el
trabajo de toda una población.
Y al mismo tiempo significó,
casi secretamente, una transferencia brutal de ingresos del Padre Pepe a Jorge
Brito, de Margarita Barrientos a Cargill. Y todo esto, con escaso conflicto
social.
Cristiano Rattazzi
(otro pobre perjudicado por el gobierno anterior, pero por meritocracia ya
largamente compensado) tiene razón: le tendrían que hacer un monumento.