Estandarte del kirchnerismo: el desendeudamiento.
Los últimos dos años, los vencimientos de deuda externa fueron afrontados con reservas del BCRA. El Estado le paga a sus acreedores y se endeuda con el Banco Central.
Los compromisos quedan en casa, y si bien el stock de deuda no se reduce, la exposición a los vaivenes de las finanzas internacionales se aminora bastante.
Ahora bien. Como la ley de convertibilidad no fue derogada, sino sólo el artículo que fijaba la paridad del dólar y el peso en 1 iguales, sigue existiendo la figura "reservas de libre disponibilidad". El BCRA está obligado a mantener reservas que respalden el total de la base monetaria al tipo de cambio vigente (acá hay un punto, porque el TC no es fijo, sino variable, es decir, si las reservas caen por debajo de la base monetaria, automáticamente sube el tipo de cambio y problema contable resuelto...el contable solamente).
El punto es que las reservas de libre disponibilidad, es decir las que sobran respecto de la base monetaria, se van agotando. Porque crece la base monetaria y las reservas no (incluso decrecen un poco en el actual contexto).
Con lo cual, se especula con que no habrá la cantidad suficiente como para afrontar con ellas los vencimientos de deuda (con la misma operatoria de estos últimos dos años). Salvo que se produzca una devaluación importante. Tema en el que no habría que meterse demasiado.
La cuestión es que la cosa empieza a tomar un color adicional. El escollo para cumplir con los pagos de deuda, para el estado nacional, no está dado en la situación fiscal. Sino en la posibilidad de conseguir divisas con las cuales pagar la deuda en moneda extranjera.
O sea, el meollo es descubrir si la economía argentina seguirá generando ingresos excedentes de divisas como hasta ahora, o si los egresos harán más exiguo el saldo.
Se impone esta segunda, como posibilidad (tampoco es seguro).
Entonces, habría que ver qué vías alternativas de ingresos de divisas se presentan en el menú, o qué tapones pueden ponerse a las vías de egreso de divisas, muy activas actualmente.
No vamos a demorarnos en la discusión sobre las importaciones, sobre las que ya hablamos en otros posteos.
Hay un par de cuestiones a explorar, sobre las que también ya hicimos consideraciones: la fuga de divisas, muy relacionada con la liquidez con la que cuentan bancos y grandes y medianos ahorristas; y las remesas de utilidades a sus casas matrices que hacen las multinacionales (incluso algunas que son argentinas cuando necesitan que el estado las defienda de las expropiaciones bolivarianas, pero hacen la declaración de impuestos en Luxemburgo).
Estos dos últimos elementos son potables, pero de dificultoso cumplimiento (como todo bah). Y encima, por ahí tampoco alcanzan.
De modo que yo no iniciaría una cruzada abierta contra la toma de deuda en los mercados voluntarios, como si fuera una acción diabólica, porque la volatilidad de ciertas situaciones exige cierto pragmatismo preventivo.
Por lo demás, la última vez que Argentina salió a los mercados voluntarios de deuda (sin mencionar los canjes de Boudou) fue en 2007, cuando Néstor decidió emitir BODEN, comprados por el compañero Chávez, aunque prontamente vendidos en el mercado secundario. Las altas tasas convalidadas (que no me acuerdo si no le valieron alguna causa a Lorenzino) y no alguna razón de índole ideológico hicieron que la operación no se repitiera.
Lo que quiero decir es que, respecto a la toma de deuda, si lo podemos evitar mejor. Y si no, tenemos la suerte de que no se nos muera nadie. Estamos en 45% del PBI, más o menos. Y casi la mitad del stock de deuda del sector público es intra-estado. En ese aspecto, estamos bien. Bastante bien.
Después de todo, con la revaluación real del peso de este último año, incentivamos la salida a los mercados de capitales externos de las empresas argentinas (con poco volumen por la situación internacional), lo cual constituye también una fuente de ingreso de divisas en el presente, que devenga una promesa de salida futura.
Y que aunque sean empresas privadas y no el Estado, la verdad es que las deudas las terminamos pagando entre todos igual. Porque funciona así la cosa. Y no está al alcance de ningún actor político en la actualidad y en el corto plazo modificar esa situación.
Ahora, si nos quisimos creer que estábamos haciendo una revolución, ya con las fantasías ajenas no me meto. Pero la realidad es que se hace lo que se puede, como se puede (y no es poco, no hay que avergonzarse tampoco).
En fin, medio que me calenté. Innecesariamente.
Tendría que ser invitado a 678 a hablar de estos temas. A Sandra Russo le daría un pico de presión. Muy probablemente en el primer corte sería expulsado a trompadas. Y con justicia.