jueves, 24 de octubre de 2019

Chau Lucas


Un comentario en una cuenta de tuiter sugería algo lamentablemente no tan sorprendente.
Notas de diarios on line lo confirmaban.
El domingo a la mañana (o a lo mejor el sábado a la noche) Lucas Carrasco había fallecido.

En estos últimos tristes años no tuve casi contacto con él: uno que otro mail, algún cruce de comentarios en tuiter, no mucho más.
Pero en otros tiempos la relación fue bastante más fluída.

No sé el detalle (no quise saberlo) de la causa penal por la cual recibió condena en primera instancia.

Lucas Carrasco se me fue transformando de a poco en un mito, más que en una persona.
Lucas era un fabulador de las más extraordinariamente verosímiles ficciones que formaban parte de su vida, era su propio personaje.
El Lucas que yo conocí no podía hacerte mal más que cagandote a puteadas, provocándote a que reveas tu pensamiento fácil, conservador, convidándote la irreverencia que le sobraba.
Lo recuerdo casi como un héroe cuando le encontraba a algunas cosas de dificultosa interpretación la vuelta de más que le permitía huir del casi lugar común de los que huíamos del lugar común con el recurso fácil de decir lo contrario.
Sorprendía con su inteligencia, con su capacidad para elaborar conceptos, para encontrar continuidades y rupturas donde nadie las veía, con la imaginación sobrehumana que le permitía elaborar una explicación coherente a partir de algunos hechos difusos o aislados.
Fue una de las personas más brillantemente inteligentes que conocí.
Y a la vez, el destructor de ese personaje carismático que él mismo construyó.
No sé cuántos "amigos" se le fueron convirtiendo en "enemigos" en el breve tiempo en que me relacioné con él.
Yo no pude nunca dejar de sentir un profundo cariño hacia él.
Me guardo para siempre el orgullo (con lo que me cuesta enorgullecerme) de haber recibido algunas demostraciones públicas de su respeto intelectual hacia mí, que no era mutuo, porque lo mío era más parecido a la admiración.

Chau Lucas, me quise despedir de vos así, como el amigo que no merecí ser.