En Argentina, en otros tiempos, ya tuvimos gobiernos que, planilla en mano (lo que hoy sería un Excel) nos iban a convertir en Suiza (hoy sería Dinamarca, Finlandia, o Canadá, Nueva Zelanda, Australia, supo ser Suecia también, va cambiando el "paraíso" a medida que se disipa el desconocimiento sobre el mismo).
Las reconversiones productivas, para lograr insertarnos en los mercados globales en condiciones de competitividad ya tuvieron lugar al menos un par de veces en los últimos 40 años. Vamos por el tercer intento.
Legaron, las anteriores, contingentes de adultos de mediana edad (40 y pico en adelante) sin trabajo, sin capacidad de "reinventarse", y con unos mangos en la mano producto de indemnizaciones o retiros voluntarios.
La "cultura" de los argentinos, que desestima la mega compra mensual en el híper, por no querer afrontar gastos de logística y almacenamiento casero tal vez, propende a mantener el negocio de cercanía en frontal competencia con las grandes cadenas de supermercados. A duras penas sobreviven.
La conjunción de ambos elementos, el económico y el cultural, llevó a que se conformara algo que es inédito, no digo en el mundo pero sí en países en los que operan las mismas multinacionales comerciales que acá: una importante red de negocios de cercanía. Al punto que un gigante como Carrefour se vio convidado a probar con los Carrefour Express, declarándose ineficaz en el intento por acaparar la demanda a través de super e hiper.
Las tradiciones y las herencias conformaron, en esta red de negocios de cercanía que desafían a las grandes cadenas (a la que podríamos sumar a los chinos) , una red de contención social que en algunos barrios del conurbano ejerce un asistencialismo encubierto para clase media que nada tiene para envidiarle a ANSeS o las parroquias católicas.
Estos negocios, para sobrevivir, necesitan poder competir en precio con los gigantes, a pesar de tener que tratar con intermediarios en la compra de mercadería (no entran en diálogo directo con las grandes marcas sino con distribuidores, que alargan la cadena, multiplicando márgenes que abultan el precio mayorista en sus distintos eslabones).
Y se valen para ello, en muchos casos, de la venta en negro. Que les permite usar el diferencial impositivo a su favor, para compensar lo que pierde por precio mayorista. Y por supuesto, también, del más austero margen de rentabilidad, aunque lógicamente, los volúmenes de venta no les dejan la posibilidad de compensar cantidad con precio.
Resisten por ello el avance moderno del posnet, esa gran ventaja de la bancarización que representa para el consumidor de clase media (que, en cambio, en su rol de ahorrista no es tan fanático de la bancarización, porque las queremos todas para nosotros, viste?).
De alguna manera, hay aquí una resistencia atendible a la universalización del débito como medio de pago, que tal vez no la haya (no lo sé) en países "como Chile o Brasil, donde todos tienen débito". Me imagino que también en Finlandia y Canadá.
En fin, simplemente, cuidémosnos de las soluciones simples, que con el Excel nos ofrecen los alquimistas que convierten a Argentina en Finlandia en 5 minutos.
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