miércoles, 24 de noviembre de 2010

Sin reservas (argumentales)

La inflación es, efectivamente, un tema.
Pero no un tema en sí mismo. La inflación es parte del famoso "modelo". La parte mala.

Como todo, tomar algunas decisiones exige pagar un costo. Y el costo de tener una economía en crecimiento, de impulsar a propósito ese crecimiento con medidas oficiales, de "mover un poco la copa" para que derrame más que lo que "el Mercado" considera razonable, de intentar ponerle en el bolsillo "capacidad de consumo" a quienes carecen de tales conceptos técnicos, de estar protegidos contra los vaivenes financieros de ese mundo del que de algún modo estamos aislados, el costo de todas esas cosas es justamente la inflación.
A veces los costos son menores a los beneficios. A veces no. Y en la búsqueda de un equilibrio virtuoso hay que manjearse.

Pero hay que saberlo: la inflación es una consecuencia más o menos esperable, a partir de muchas decisiones de política económica que se tomaron en estos años.
Los niveles de inflación ya son otra cosa. Que si 15% es el umbral, que si se puede bancar un poco más, que hasta cuánto se puede tolerar, que si para bajar la inflación no sería necesario tomar medidas más dolorosas que la inflación misma. Todos temas discutibles, pero no es el punto.

El motivo de todos estos comentarios radica en las sensaciones que provoca el tour mediático que inicia Martín Redrado en estos días, tratando justamente el tema de la inflación.
Es muy difícil, realmente, justificar una visión ortodoxa respecto de este asunto, teniendo el privilegio curricular de haber sido durante 7 años el Presidente del Banco Central, en el que hubo una inflación promedio de 15% anual.
Si algo se le puede pedir al presidente del Banco Central, desde un punto de vista ortodoxo (que es el que Redrado expone en la tele cada vez que puede), es que se haga cargo de la inflación. Es responsabilidad de la función que él tuvo durante muchos años explicar por qué se generó inflación.

Las cosas que dice Redrado, qué se yo, pueden tolerarse dichas por Broda, o por Espert. Pero él, justamente él, debería autocensurarse, en defensa propia.


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