martes, 29 de marzo de 2011

Crédito hipotecario (addenda casi innecesarias)

En una entrada anterior nos referíamos a los créditos hipotecarios. Dejamos pasar de largo una aclaración, casi por obvia.

Hace unos días, en un lugar público, escuchaba que un analista, en una radio (no tengo idea qué radio era) sometía a comparación los créditos hipotecarios que se ofrecían en Argentina, con los de otros países (Chile, lugar al que fue Obama, pero no declaró ninguna guerra desde allí), y con los de la convertibilidad.

Casi que se indignaba el analista por las altas tasas de interés que se pagaban en Argentina (ahora, en la convertibilidad "eran bajas"). Las tasas nominales, es cierto, son altas. Las reales, bastante menores a las chilenas y a las de la convertibilidad. Lo que tienen como particularidad las tasas reales argentinas de hoy, tal vez, es la incertidumbre sobre cuán altas serán en el promedio de los 20 años (hablamos en términos reales, nominalmente son fijas).

Pero el tema está en el ejemplo que ponía el chabón. Decía (con malicia o tal vez ignorancia): "vos sacás 50.000 dólares, pagás tasas de 20% anual, y en 20 años tuviste que devolverle al banco el triple de los dólares que te prestó".

La confusión está en el hecho de que los valores de las propiedades, en el mercado, se manejan en dólares (de manera casi ilegal). Cuando un banco otorga un crédito, sin embargo, no lo hace en dólares, sino en la moneda local. O sea que si querés 50.000 dólares, tenés que pedir 200.000 pesos. Y con el interés que dijo el chabón que te cobran, terminarías pagando, al cabo de 20 años, el triple, sí, pero en pesos.

Para saber a cuánto equivaldría en dólares habría que hacer complejas cuentas en las que se utilizara la progresión de la cotización del dólar a lo largo de los 20 años. Habría que ser mago para poder calcular desde hoy a cuánto cotizaría la moneda estadounidense dentro de 17 años, por ejemplo.

En cualquier caso, la hipótesis de la paridad fija está claramente descartada, salvo que la depreciación del dólar lo arrastre a convertirse en algo tan insignificante que haga que se lo reemplace por otra unidad a la hora de calcular, por ejemplo, los valores de las propiedades.

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