Todo parece indicar que termina Fútbol Para Todos. En medio del entusiasmo melodramático de quienes se inventan una ficción en la que se mandará al fútbol a juntar tapitas para darle mayor presupuesto al Garrahan. Cada quien tiene derecho a elegir la mentira que lo haga más feliz.
En rigor de verdad, el fútbol no juntará tapitas. Será lo que era antes de FPT: un negocio multimillonario, vinculado, legítimamente –según el imaginario social–, a la esfera de lo privado. Empresarios coimeros, intermediarios tránsfugas y matones escapados de películas de gánsteres manejarán dinero en la oscuridad y dispondrán del mismo como les plazca. Sin los incordios que les genera esta idea tan difundida de que se trata de plata de todos.
Los derechos de televisación dejarán de ser adquiridos por el Estado y el producto fútbol será televisado en otras condiciones: tal vez ya no más por TV abierta, sino con la vuelta de productos codificados.
Los derechos de televisación dejarán de ser adquiridos por el Estado y el producto fútbol será televisado en otras condiciones: tal vez ya no más por TV abierta, sino con la vuelta de productos codificados.
Hasta hoy, los funcionarios mencionan continuamente el “compromiso de garantizar la gratuidad”. Y se enfrentan siempre a algún opinador televisivo que, con el asombro adolescente de haber descubierto recién lo que cree una verdad revelada, les dice que no es gratis porque “lo pagamos entre todos”.
En ese marco conceptual, nada es gratis nunca. Las veredas, las plazas, la TV Pública, la embajada en Panamá, el mismo Garrahan; cosas, todas ésas, que también “pagamos entre todos”. Pero como bien comprendieron los supermercadistas chinos, por ejemplo, no es lo mismo “pagarlo entre todos” que facturárselo a cada quien por separado.
Entonces, cuando los funcionarios hablan de garantizar la gratuidad, seguramente se están refiriendo a este concepto aparentemente tan complejo de lo público.
Ahora bien, la verdad es que tampoco se les puede creer demasiado. Fernando Marín, director de FPT, tiene datos muy precisos sobre el interés de varias empresas por reemplazar al Estado en el rol de adquirente. Lo expresa él mediáticamente cada vez que lo consultan. Demasiada información como para suponer que hicieron sondeos previos ellos mismos.
En ese marco conceptual, nada es gratis nunca. Las veredas, las plazas, la TV Pública, la embajada en Panamá, el mismo Garrahan; cosas, todas ésas, que también “pagamos entre todos”. Pero como bien comprendieron los supermercadistas chinos, por ejemplo, no es lo mismo “pagarlo entre todos” que facturárselo a cada quien por separado.
Entonces, cuando los funcionarios hablan de garantizar la gratuidad, seguramente se están refiriendo a este concepto aparentemente tan complejo de lo público.
Ahora bien, la verdad es que tampoco se les puede creer demasiado. Fernando Marín, director de FPT, tiene datos muy precisos sobre el interés de varias empresas por reemplazar al Estado en el rol de adquirente. Lo expresa él mediáticamente cada vez que lo consultan. Demasiada información como para suponer que hicieron sondeos previos ellos mismos.
La intervención de grupos empresarios como los mencionados implicará seguramente la revisión de muchos de los parámetros con los que se rige la transmisión televisiva del futbol hoy. El principal: la tasa de retorno de la inversión. Y para ello, el producto televisivo no puede ser público.
Dicen los que evalúan esta cuestión que la gran mayoría, alrededor de un 90% de los que hoy ven fútbol, ya lo están haciendo a través del cable. Desestiman, sin embargo, en sus cálculos a futuro, que el valor del cable será sustancialmente más alto si tiene que pagarle regalías a una señal, o a varias, por la exclusividad de los partidos de fútbol. El cable barato es otro lujo de país rico.
Para ir a lo concreto: los únicos que van a terminar juntando tapitas van a ser los "empleados medios" que no se resignen al fin de la ficción y pretendan seguir disfrutando ese lujo de país rico que es ver el superclásico por televisión.
Los dirigentes del futbol argentino, por su lado, son activos rosqueros en este favor que para Mauricio Macri es la finalización sin conflicto del contrato de FPT. De hecho, el motivo que los inspira es que habría compañías privadas ofreciendo más dinero que el gobierno nacional (cosa extraña, ya que justamente el motivo del inicio de FPT es que pagaba por los derechos una cifra que para las empresas privadas hacía inviable el negocio; habría que ver cómo van a hacer esta vez, pagando más incluso que el estado, para que el negocio sea viable). A pesar de que trascendió que en las mesas de negociaciones se estaría barajando una cifra elevada: 2500 millones de pesos. Casi el doble de la última cifra que pagara la administración anterior.
Es muy probable que se haya tratado (esa ronda de negociaciones) de una puesta en escena: la inflación de números, la discusión encarnizada y hasta los aprietes judiciales. No habría que perder de vista un dato: que los fondos provengan del Estado es el único lazo que mantiene con carácter judicializable y exposición mediática todos los avatares de transferencias de cheques, etc. Los dirigentes, entonces, podrían comprar invisibilización si rompen con FPT. La corrupción no le interesa a nadie de los que se mueven en este terreno. Se sabe a simple revisión de antecedentes de los miembros de la “comisión normalizadora”. Los mismos dirigentes y empresarios “corruptos” son bendecidos por el Gobierno para reestructurar el fútbol: restaurando el negocio de la televisación privada.
El error de apreciación más difundido es el de evaluar a FPT como un subsidio al fútbol. Si bien su nacimiento estuvo ligado al descontento de los dirigentes con el monto que pagaba la empresa privada por los derechos televisivos (debido a lo cual el Estado hizo una oferta superadora que derivó en el nacimiento del programa), no se trata estrictamente de un subsidio sino de la contratación de un producto. El Estado no “le da plata al fútbol” para mantenerlo sino que le compra los derechos de televisación para ofrecer la transmisión de los partidos públicamente. Y lo hizo, desde un inicio, con fondos originalmente destinados a la compra de espacios publicitarios en canales de aire. Entonces, se dejó de emitir publicidad oficial en los canales 13, 11, 9 y 2, y se la canalizó a través de FPT.
El fin del programa, entonces, está enlazado al restablecimiento de la “normalidad” en materia publicitaria. Así que los canales 13, 11, 9 y 2 volverán a disfrutar de ese verdadero subsidio a la libertad de prensa y empresa (dicho en sus términos) que es la pauta oficial. De hecho, ya lo están haciendo.
De ese modo, el Garrahan seguirá juntando tapitas.
Que sea correcto o no que se le otorgue carácter público al producto televisivo fútbol ya es un tema más complejo, que cruza decisiones políticas, establecimiento de prioridades, etc. Están los que dicen que las prioridades son la salud y la educación y se quejan del dispendio de fondos públicos en fútbol. Sin embargo, son selectivos. No replican esas quejas respecto del pago a fondos buitre o de la cuota del Fondo Monetario Internacional. Conceptos, todos esos, más onerosos que FPT.
De ese modo, el Garrahan seguirá juntando tapitas.
Que sea correcto o no que se le otorgue carácter público al producto televisivo fútbol ya es un tema más complejo, que cruza decisiones políticas, establecimiento de prioridades, etc. Están los que dicen que las prioridades son la salud y la educación y se quejan del dispendio de fondos públicos en fútbol. Sin embargo, son selectivos. No replican esas quejas respecto del pago a fondos buitre o de la cuota del Fondo Monetario Internacional. Conceptos, todos esos, más onerosos que FPT.
Hay, además, un trasfondo ideológico. Por cuestiones vinculadas a cierto aprendizaje histórico, la expectación de fútbol como disciplina recreativa tiene una valoración menor en relación a otras disciplinas. Nadie discute la necesidad de que el Estado ponga a disposición pública espectáculos de expresiones culturales distintas como el ballet, las artes culinarias, la música o el teatro. Si bien podrá decirse que los montos empleados en el caso del Fútbol Para Todos son mayores, también es varias veces mayor la proporción de ciudadanos que disfruta del mismo en comparación con los espectáculos antes mencionados. Como sea, el bien cultural fútbol tiene una valoración menor, casi como resultado de concepciones pseudo-clasistas. Gastar millones de nuestra plata en el Teatro Colón siempre será mejor visto que hacerlo en partidos de futbol por TV.
A lo mejor, con el tiempo, esa concepción va cambiando. En la imitada Europa, alguna vez se pretendió combatir la violencia en el fútbol excluyendo a las clases populares de los estadios. Entradas caras, localidades numeradas, instalaciones pensadas para sofisticar los ingresos. En la Argentina de hoy, el eje es la corrupción: de la dirigencia, en general; y del futbol, en particular. Y el antídoto, limitar el acceso de las clases populares a la televisación del fútbol.
Quizás, si todo les sale bien, en algún porvenir venturoso el futbol televisivo se convierta en una distracción de gente sofisticada, y así deje de ser un producto cultural menor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario