viernes, 11 de enero de 2013

Orden jurídico y legitimidad

"Si yo soy empresario y quiero tener 200 mil medios, ¿quién es esta conchuda para decirme que no los puedo tener? Si es mi plata y yo hago lo que quiero", grita un tipo en medio de una discusión familiar.
Es curioso cómo en muchísimas oportunidades las argumentaciones requieren de estas identificaciones personales. Como si fuera lo mismo que la "conchuda" se meta con la plata de Ernestina y le quiera poner límites a lo que Ernestina hace con su plata o que hiciera lo mismo con un poligriyo cualquiera.

Parece una tontería, pero es un punto llegado al cual suelen naufragar las posiciones que intentan defender la intervención estatal en la expansión de la renta individual. Porque cualquiera de nosotros podría ser el afectado por esa intervención. "Qué se tiene que meter con mi plata?". Los "neutrales" se sienten amenazados y toman inmediatamente partido. En defensa de "su" plata.

Es un arduo problema de la filosofía éste de establecer las relaciones entre lo genérico y lo individual. Y la constitución del sujeto. A lo que Marx le sumó la mediación que ejerce lo material, a través del concepto de clase. Si uno está atento, percibe cómo las dificultosas discusiones filosóficas se nos cuelan constantemente por los intersticios de lo cotidiano.

El punto central es que en este caso el sujeto no es intercambiable. No es "tu" plata. Es la plata de determinada persona, puntualmente identificada, no la tuya. No es la plata de cualquiera. Es la plata de Ernestina Herrera de Noble.

En todo caso, en términos genéricos, podemos limitarnos a la construcción de una clase. Es la plata de los beneficiados por un sistema jurídico arbitrario y consensuado, pensado justamente para garantizar que sus máximos beneficiarios hagan lo que quieran con su plata. O mejor dicho, que esa que anda por ahí, producida con el esfuerzo mancomunado y organizado (proceso no exento de violencia y verticalidd jerárquica) de todos aquellos que fatalmente viven en asociación, se transforme legalmente en su plata. Dejando de ser, al mismo tiempo, por cuestiones ontológicas la plata potencial de cualquier otro.

Un ordenamiento jurídico, además, que practica muy bien las técnicas de ocultamiento. A través de la ficción de la igualdad ante la ley, quedan implícitamente legitimadas las bases de la desigualdad en el acceso a lo material. La individuación que permite decir "con mi plata hago lo que quiero". Con esa plata que nunca es tu plata en la realidad, más que cuando defendés sin saberlo la plata de otro. Deschavando apenas el funcional e incumplible deseo de que alguna vez sea tu plata. La clave es que ese deseo colectivo es, en esos términos, inmaterializable. No hay lugar para todos en el paraíso de "con mi plata hago lo que quiero".

El orden jurídico es, para todos nosotros, contemporáneos, heredado. Son, sus beneficiarios, por lo tanto, los más o menos incontrolados herederos de aquellos que supieron generar los consensos necesarios como para que la arbitrariedad fuera aceptada (por acción u omisión) aunque más no fuera que como mal menor por las gran mayoría.

Pero esto hace que esa arbitrariedad legitimada en un consenso implícito pueda ser modificada. En tanto se establezcan los consensos necesarios para que tal cosa pase. "tal cosa", en realidad, es un reemplazo de un orden por otro, o al menos de un parte, por otra distinta, aunque relativamente coherente con el resto del aparato. Esta es la mayor dificultad. No hay saltos al vacío. La vida en sociedad es, contrariamente a lo que pensaron algunos, una fatalidad inevitable. De manera que de derecho o de facto, algún régimen que defina el vínculo de los hombres entre sí y con lo material debe inevitablemente haber. Por eso, ante la inseguridad de poder generar algo mejor, solemos aceptar lo que hay. Por instinto de supervivencia. Lo cual se constituye en la mayor garantía de estabilidad del sistema.

Todo esto para decir, en definitiva, que si "la conchuda" se quiere meter con tu plata, que en realidad es la plata de otro, lo puede hacer, en tanto cuente con el consenso necesario. Todas las leyes son arbitrarias. Todas las formas legales de distribución del producto social son arbitrarias. Y que se imponga una u otra depende (sí) de la prepotencia de las mayorías.


4 comentarios:

Alcides Acevedo dijo...

Muy triste y pobre nivel de razonamiento.

En general los más conservadores son los pequeños propietarios... ¿por qué? porque sienten, con razón, que son los que tienen más para perder cunado se ponen en cuestión los derechos de propiedad.
Los más ricos siempre encontrarán forma de defenderse... los pelagatos NO.
Piemen un poco antes de hablar.

Una última cosa: el tema de los medios y la licencias.
Son enfoque antidiluvianos, la televisión dentro de poco vendrá por fibra óptica e internet, TV vía internet, eso YA existe en Buenos AIres en algunos barrios, Repito: existe ya en Argentina.
¿Qué sentido tiene entonces toda la mentira en relación a la ley de medios?
Ni hablar de la pelotudez de la "grilla" de canales de cable que tanto escándalo suscitó hace unos meses.

Repito: la tecnología de HOY ya pone en cuestión toda norma derivada del otorgamiento de licencias en función de las limitaciones del espetro radioeléctrico.

Muchochos, estamos en el siglo XXI.

Raúl C. dijo...

Si todo eso es cierto...
¿Por qué no se lo dice al Grupo Clarín?
¿Por qué no le dice que hacer campaña anti-Ley de Medios (y anti-K en general), reclutar para eso a otros medios y a dirigentes políticos, reclutar a opinadores (de los cuales Acevedo es un ejemplo), comprar jueces, comprar una Cámara, lograr guiños de la Corte Suprema, etc.... es gastar guita al cuete 'en pleno siglo XXI'?

Olivia dijo...

Excelente. Con su permiso, me lo llevo para hacerlo circular.

Eventos en Cali dijo...

Queda claro entonces que de esta manera, tanto la garantía de seguridad jurídica como la legitimidad de un orden político son condiciones indispensables para la existencia del Estado. La desobediencia civil guarda una relación tensa con ambos valores.