Hace unos días Carrió habló de las propinas y las "coimas" (que en realidad quería significar changas) y fue vapuleada como se merecía.
Ahora bien, la realidad es que queramos o no, las changas existen y, en una medida muy importante, son fuente generadora de recursos imprescindibles en los barrios pobres. Mucho más que el trabajo formal.
Lejos de enojarse uno (haciendo fe de progresismo bobo, como dijo Carrió) tendría que reconocer en la existencia de las changas un derrame de recursos que, nos parezca ideal o no, ayuda y mucho a que la vida sea más vivible en los barrios pobres.
Qué sé yo si estamos en condiciones de ponernos a casi filosofar sobre si las changas deberían existir o no en el país de nuestros sueños. Una pelotudez atómica encarar esa discusión.
Las changas existen, y son ultra necesarias.
Está bien entonces que Carrió piense que hace mucha falta que ese circuito virtuoso no se corte. Coincido plenamente.
Lo que no alcanzo a comprender es cómo piensa que con el acto de voluntarismo de implorarle a la clase media que no las corte alcanza, cuando la lógica consecuencia de quitar recursos de los bolsillos de la clase media a través de la suba de tarifas, el encarecimiento del crédito o los aumentos de sueldos por debajo de la inflación derivan inexorablemente en que se corte el circuito que alimenta las changas.
El desconocimiento del efecto multiplicador virtuoso en el nivel de actividad y el combate a la pobreza que tiene cualquier política expansiva del mercado interno lleva a la ridiculez de implorar que no ocurra lo que con las políticas contractivas obligan a que ocurra.
Es como pedirle a la maceta que no se haga escombros contra el piso después de haberla tirado por el balcón.