Hoy, el banco central enfrenta un dilema inverso al que enfrentaba el
año pasado.
La preocupación no pasa más por evitar que el tipo de cambio suba,
sino justamente por mantenerlo lo más alto posible para las actuales
condiciones de mercado (generadas por las políticas de Cambiemos).
En estos momentos hay una oferta de dólares de corto plazo que pueden
desatar un “over-shooting” al revés.
Nos explicamos: cuando las autoridades económicas recientemente
expulsadas del ministerio decidieron liberar el mercado cambiario casi
totalmente de un momento al otro y sin gradualismo, el temor se direccionaba en
lo que teóricamente se conoce como “over-shooting”.
Podía presentarse un exceso de demanda de dólares concentrado en un
plazo breve, producto de la liberación abrupta de fuerzas “reprimidas” por los
controles que existían antes. Léase: compra por parte de empresas para remitir
al exterior utilidades acumuladas, dolarización de cartera por parte de bancos,
y compras minoristas de ahorristas, además de operaciones comerciales desde
cancelación de deudas por importaciones hasta transacciones inmobiliarias. Esto
llevaría a un aumento “artificial” en la cotización del dólar, que una vez
superada la etapa excepcional de sobredimensionamiento de la demanda se
equilibraría a un nivel más bajo.
Obviamente, la corrida dejaría un tendal. Ese
“over-shooting” era necesario evitarlo, porque uno de los efectos más nocivos
que tiene, por ejemplo, es la sobreinflación de los precios de los transables,
básicamente alimentos.
De hecho, para evitar el agravamiento del “over-shooting” el gobierno
decidió tomar deuda para abastecer de divisas al banco central. Así,
aprovechando la emisión para pagarles a los fondos buitre, se tomó un caudal de
deuda adicional. “Pero sólo para obras de infraestructura eh” (risas en el
fondo).
En aquel momento (recuerdo) sugerimos que los controles cambiarios se retiraran
más lentamente, especulando con la posibilidad de desplegar vías de ingreso de
divisas (como la toma de deuda por ejemplo, decisión que ya tenían tomada) para
que la devaluación no fuese tan abrupta. Decíamos: “si tienen la certeza de que
van a llover dólares, que esperen los primeros chubascos para liberar el tipo
de cambio así no nos someten a una devaluación nominal tan shockeante).
Bueno, hoy, con el ingreso excepcional de dólares que generó el
blanqueo, la tendencia de mediano plazo del tipo de cambio es inversa, es
decir, a la baja. Lo cual agrava severamente las condiciones de competitividad
de muchos sectores de la economía que son generadores de empleo.
Sería necesario evitar, entonces, ese “over-shooting” al revés. Es
decir, contener la baja del tipo de cambio de corto plazo, excepcional, para no
provocar un efecto nocivo que derive en futuras alzas abruptas del dólar que
vuelvan a subir drásticamente los precios de los transables, etc. Hay que
prestar atención a un dato concreto: se amplió (no gravemente, es cierto) la
brecha entre el dólar oficial y el ilegal, que hasta hace muy poco se
encontraba virtualmente cerrada. Esto puede significar que hay una baja
artificial del dólar que puede rebotar en el futuro.
El banco central entonces, se enfrenta con un desafío que la realidad
le pone a su ortodoxia teórica.
Para eso están implementando medidas que, por un lado, contengan
oferta de dólares (por ejemplo, los exportadores de servicios no tendrán
obligación de liquidar sus dólares) y, por otro lado, incentiven demanda
(aumento del tope para la compra de dólares en efectivo, más permisos para la
dolarización de carteras por parte de los bancos).
El problema es que se desentendieron del vínculo que las finanzas
tienen con la economía real.
Probablemente, si hubiesen explorado el gradualismo en cuanto a la
liberación del tipo de cambio para hacer converger gradualmente al oficial con
el “blue”, no hubiésemos sufrido el shock en los precios que sufrimos en el
primer semestre de 2016. Y tal vez, en sentido inverso, el blanqueo no hubiese
sido tan “exitoso”, y no nos enfrentaríamos con una sobreoferta de divisas que
amenaza con provocar desempleo.
En ese contexto, los bancos, los productores de materias primas
agrícolas y los blanqueadores no estarían tan de parabienes. Y los asalariados,
los pequeños comerciantes y la industria sustitutiva de importaciones
enfrentarían una carestía menor.
Pero claro, todo depende siempre de cuáles son los objetivos y las
prioridades. En definitiva, todo depende de para beneplácito de quiénes se
pretende gobernar.
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