El problema cambiario en Argentina se expresa eminentemente en un elemento: la cotización del dólar blú.
Esa cotización consiguió instalarse y administrar las expectativas devaluatorias.
Se trata, sin embargo, de un mercado chico. Su influencia es más simbólica que real. Pero en el manejo de las expectativas que consigue alinear provoca efectos que alteran el comportamiento real de muchas variables.
El equipo económico (incluyo a Capitanich), más allá de las descalificaciones que públicamente hacen de este mercado ilegal, sabe bien que la brecha entre la cotización oficial y la paralela es altamente nociva. Y dispusieron de una serie de medidas e instrumentos tendientes a eliminar ese mercado y esa cotización ahogando la demanda, o sea, intentando canalizar los pesos que se vuelcan a esas compras de dólares ilegales hacia otras inversiones sustitutas. Hasta ahora todo fue infructuoso.
Para saber por qué, conviene hacer consideraciones sobre las características propias de este mercado, y puntualmente el carácter de esa demanda.
Entonces descubrimos que se trata de un mercado que impone una cotización, alinea expectativas con ella, y esas funciones exceden en mucho la importancia proporcional en cuanto a volumen de sus operaciones.
Es una especie de lobby, digamos. Un mercado eminentemente especulativo, reducido, con jugadores cartelizados de un modo novedoso podemos sospechar: demanda y oferta es motorizada por los mismos actores. Se compran a sí mismos, se venden a sí mismos. Eso es lo que puede sospecharse.
Por el lado de la oferta se vuelca a este mercado billetes obtenidos por vía legal, en operaciones financieras o comerciales que se sustraen de la formal liquidación de divisas.
Por ejemplo, si hago una exportación puedo liquidar las divisas cobradas obligatoriamente en un plazo de 100 días. Tengo tiempo para bicicletear.
Puedo hacerme de dólar bolsa arbitrando títulos (operatoria que Moreno había prohibido y el actual equipo restituyó con el fin de ponerle un sustituto al blú y absorberle la demanda) y venderlos en el paralelo.
Y así otras operaciones. Cortar este flujo sería peor. Si se tapa la oferta, la cotización vuela.
Por el lado de la demanda, lo que se canalizan son pesos: jugadores con capacidad de acumulación de pesos que básicamente los ponen a circular: compran a 9, venden a 9,50, vuelven a comprar a 10, venden a 10, 50. Y van dando vueltas al circuito con la bici trasladando expectativas de devaluación del oficial, y forzando prácticamente la misma, ya que lógicamente la autoridad monetaria va a tener que verse forzada a evitar que se amplíe la brecha (y junto con ella los problemas).
De manera que podemos establecer una operación en círculo reducido que propende a la especulación para disciplinar a la parte gruesa del mercado.
Ahora, qué buscan estos actores? Más devaluación? La devaluación del oficial tiene un límite en el aspecto real de la economía. A determinada cotización, liberás el mercado y ya no hay margen para nuevas subas, más allá de algún movimiento de corto plazo provocado por la afluencia extraordinaria de demanda previamente contenida. Y por ahí estemos cerca de ese punto, aunque es muy difícil saberlo. Las decisiones en materia económica siempre tienen algo de juego de tahúres.
El disciplinamiento que está buscando el mercado paralelo no es de una cotización de dólar oficial más alto, sino de las tasas de interés. Buscan, esos acumuladores de pesos, tasas de interés que superen la tasa de devaluación esperada.
Si la respuesta oficial pasa simplemente por dejar correr el dólar al alza, no va a haber techo. Porque los movimientos ascendentes del blú no están buscando techo al dólar, sino piso a las tasas de interés.
Lógicamente todo este análisis responde a la búsqueda de respuestas en torno al proceso de acumulación de capital. Y se desentiende a drede de los efectos en los ingresos fijos en pesos y las transferencias estatales de este proceso, sobre los cuales ya hablamos muchas veces, y ratificamos lo dicho entonces.
domingo, 26 de enero de 2014
viernes, 24 de enero de 2014
Y no aguantamos
Las presiones sobre el valor del dólar no cedieron. Incluso en los últimos días se intensificaron.
No bastó la convalidación de una suba de tasas de interés (tasa interbancaria a 15%) ni las ventas de bonos ni la apertura de operaciones con bonos en dólares para vender dólares más baratos que el blú a los potenciales demandantes.
No llegaron las liquidaciones prometidas, siguió el goteo y la brecha entre el oficial (sin recargo) y el blú se estabilizó en el 70%.
Entonces, se terminó convalidando una suba brusca del tipo de cambio, y ahora se anuncia la apertura del cepo (que veremos cómo se opera).
Es absolutamente riesgosa la maniobra.
Es casi cantado un efecto "over shooting". Con la apertura de las ventas, el dólar oficial podrá pegar otro salto en su cotización, para después, en jornadas posteriores ir encontrando un equilibrio levemente más bajo. Hoy, 7,50 parece poco. Y 8,50, demasiado.
Pero la incógnita es que nivel de demanda se puede llegar a observar a partir de la apertura del lunes. Consejo para ahorristas, no sumarse acríticamente a la marea, y no convalidar valores exorbitantes. Todo lo que sube de golpe, al rato baja.
La licuación de los activos en pesos es un hecho. La licuación de salarios y transferencias estatales, también. Y un reacomodamiento de precios en favor de los transables y en contra de los no transables, si bien en parte estaba descontado por el comportamiento del dólar ilegal, es perfectamente previsible.
La doctrina del ajuste selectivo por cantidades fracasó. Y entonces se ajusta por precio. Como marca la tradición.
Ahora, todos los que promovían una devaluación como solución a nuestros males le van a empezar a encontrar todos los defectos a la receta.
Y quienes se oponían férreamente a devaluar van a hablar de tipo de cambio competitivo que favorece las exportaciones y desalienta las importaciones.
Siempre ganan los mismos, siempre pierden los mismos. Y el resto es relato.
Si hasta todos decimos más o menos lo mismo de distinta forma, con distintos énfasis y cambiando apenas algunas circunstancias.
No bastó la convalidación de una suba de tasas de interés (tasa interbancaria a 15%) ni las ventas de bonos ni la apertura de operaciones con bonos en dólares para vender dólares más baratos que el blú a los potenciales demandantes.
No llegaron las liquidaciones prometidas, siguió el goteo y la brecha entre el oficial (sin recargo) y el blú se estabilizó en el 70%.
Entonces, se terminó convalidando una suba brusca del tipo de cambio, y ahora se anuncia la apertura del cepo (que veremos cómo se opera).
Es absolutamente riesgosa la maniobra.
Es casi cantado un efecto "over shooting". Con la apertura de las ventas, el dólar oficial podrá pegar otro salto en su cotización, para después, en jornadas posteriores ir encontrando un equilibrio levemente más bajo. Hoy, 7,50 parece poco. Y 8,50, demasiado.
Pero la incógnita es que nivel de demanda se puede llegar a observar a partir de la apertura del lunes. Consejo para ahorristas, no sumarse acríticamente a la marea, y no convalidar valores exorbitantes. Todo lo que sube de golpe, al rato baja.
La licuación de los activos en pesos es un hecho. La licuación de salarios y transferencias estatales, también. Y un reacomodamiento de precios en favor de los transables y en contra de los no transables, si bien en parte estaba descontado por el comportamiento del dólar ilegal, es perfectamente previsible.
La doctrina del ajuste selectivo por cantidades fracasó. Y entonces se ajusta por precio. Como marca la tradición.
Ahora, todos los que promovían una devaluación como solución a nuestros males le van a empezar a encontrar todos los defectos a la receta.
Y quienes se oponían férreamente a devaluar van a hablar de tipo de cambio competitivo que favorece las exportaciones y desalienta las importaciones.
Siempre ganan los mismos, siempre pierden los mismos. Y el resto es relato.
Si hasta todos decimos más o menos lo mismo de distinta forma, con distintos énfasis y cambiando apenas algunas circunstancias.
martes, 14 de enero de 2014
Eliminar las retenciones: halcones y palomas
Son dos cosas distintas.
La inflación es la variación regular de todos los precios de la economía. Es un fenómeno nominal, que provoca distorsiones de corto plazo, pero que en el largo plazo tiende al empate, a pesar de que nunca hay empate, en todo proceso inflacionario hay movimientos de precios relativos que determina la existencia de ganadores y perdedores.
El nivel de precios es el resultado de un cálculo que vincula los precios de los bienes en un mercado interno con una referencia internacional siempre usando como unidad de cuenta la divisa norteamericana, y en segunda instancia los bienes mayormente transables con el precio menos transable de todos: el poder adquisitivo de los ingresos.
Esto implica que puede darse un hecho paradójico para el primer acercamiento motorizado por el sentido común.
Un proceso de inflación alta puede convivir con un nivel de precios más bajo al verificado en un proceso de estabilidad.
Y concurre una verdad que hasta ahora nadie ha podido contrastar con hechos.
La estabilización de precios, es decir la decisión de frenar la inflación, de frenar el proceso de ajuste nominal de precios (entre los cuales se incluyen los ingresos), deriva invariablemente en la convergencia en un nivel de precios más alto.
Esto es: un proceso de estabilización exitoso implica sí o sí una transferencia de recursos desde el trabajo al capital. La recomposición de los márgenes de retorno de la inversión.
Consiste en alcanzar un nivel de precios de bienes transables lo suficientemente alto en relación al precio no transable por excelencia (el salario y las transferencias estatales) como para que no haya presiones de demanda que excedan a la curva de oferta de largo plazo.
Esta verdad es inconfesablemente innegable. De modo que entre las miles de definiciones cínicas que podemos hacer de la economía podemos incluir una más: la ciencia que se encarga de crear eufemismos lo suficientemente elegantes como para generar expectativas favorables a partir de realidades desagradables.
Algunos eufemismos de los que somos oyentes en estos días tienen que ver, por ejemplo, con que los acuerdos de precios no sirven si no se complementan con "programas anti-inflacionarios serios". Que implican justamente eso que no se dice (porque nadie repregunta qué significa "programa anti-inflacionario serio"): recomposición de los márgenes de rentabilidad a partir de enfriar la demanda.
O sea, si alcanzamos un nivel de precios que modere la demanda a partir de que el poder adquisitivo medio se resienta, llegaremos a una estabilidad de precios de esa que desean más quienes más perjudicados se ven a la postre por ella.
Por eso, no es extraño que se conjuguen tres elementos en el consenso sobre los ajustes requeridos por el proceso de acumulación del capital argentino:
-Recuperación de la competitividad cambiaria, lo cual significa devaluación (como la devaluación proviene de cuestiones que en muchos casos son exógenas, sólo se difiere en cuanto a ritmos y formas)
-la competitividad cambiaria no se puede recuperar si no se frena el proceso de aumento en la nominalidad de precios. Es decir, hay que buscar la forma de que la devaluación se traslade relativamente más a transables que a no transables (la clave del éxito devaluador; si los sueldos aumentan más que el dólar no les sirve; es lo que pasó en los años anteriores a 2013, en los cuales el dólar aumentó pero significativamente menos que la inflación).
-el punto anterior implica un nivel de precios más alto en lo que se refiere a la relación de los bienes con los ingresos. Es decir, una demanda interna más moderada.
Todo redunda en una recomposición de los márgenes de retorno de la inversión.
En este contexto más o menos consensuado, actúan los halcones y las palomas.
Los halcones pretenden una devaluación brusca, que acompañe "las expectativas de mercado". Las palomas quieren gradual.
Los halcones pretenden que a la suba en el mercado interno de los precios de las materias primas que producen los establecimientos agrícolas que implica un proceso devaluatorio (aunque no sea brusco sino administrado) se le agregue una presión adicional: la eliminación de retenciones. Lo cual sería implícitamente reconocerles a los productores agropecuarios un tipo de cambio más alto todavía (o sea, mayor precio en el mercado interno para commodities como la harina y el aceite).
Las palomas son más razonables: quieren dejar las retenciones como están.
Aunque si se quisiera evitar traspaso a precios de alimentos de la devaluación, deberían subirse (no bajarse) las retenciones.
La inflación es la variación regular de todos los precios de la economía. Es un fenómeno nominal, que provoca distorsiones de corto plazo, pero que en el largo plazo tiende al empate, a pesar de que nunca hay empate, en todo proceso inflacionario hay movimientos de precios relativos que determina la existencia de ganadores y perdedores.
El nivel de precios es el resultado de un cálculo que vincula los precios de los bienes en un mercado interno con una referencia internacional siempre usando como unidad de cuenta la divisa norteamericana, y en segunda instancia los bienes mayormente transables con el precio menos transable de todos: el poder adquisitivo de los ingresos.
Esto implica que puede darse un hecho paradójico para el primer acercamiento motorizado por el sentido común.
Un proceso de inflación alta puede convivir con un nivel de precios más bajo al verificado en un proceso de estabilidad.
Y concurre una verdad que hasta ahora nadie ha podido contrastar con hechos.
La estabilización de precios, es decir la decisión de frenar la inflación, de frenar el proceso de ajuste nominal de precios (entre los cuales se incluyen los ingresos), deriva invariablemente en la convergencia en un nivel de precios más alto.
Esto es: un proceso de estabilización exitoso implica sí o sí una transferencia de recursos desde el trabajo al capital. La recomposición de los márgenes de retorno de la inversión.
Consiste en alcanzar un nivel de precios de bienes transables lo suficientemente alto en relación al precio no transable por excelencia (el salario y las transferencias estatales) como para que no haya presiones de demanda que excedan a la curva de oferta de largo plazo.
Esta verdad es inconfesablemente innegable. De modo que entre las miles de definiciones cínicas que podemos hacer de la economía podemos incluir una más: la ciencia que se encarga de crear eufemismos lo suficientemente elegantes como para generar expectativas favorables a partir de realidades desagradables.
Algunos eufemismos de los que somos oyentes en estos días tienen que ver, por ejemplo, con que los acuerdos de precios no sirven si no se complementan con "programas anti-inflacionarios serios". Que implican justamente eso que no se dice (porque nadie repregunta qué significa "programa anti-inflacionario serio"): recomposición de los márgenes de rentabilidad a partir de enfriar la demanda.
O sea, si alcanzamos un nivel de precios que modere la demanda a partir de que el poder adquisitivo medio se resienta, llegaremos a una estabilidad de precios de esa que desean más quienes más perjudicados se ven a la postre por ella.
Por eso, no es extraño que se conjuguen tres elementos en el consenso sobre los ajustes requeridos por el proceso de acumulación del capital argentino:
-Recuperación de la competitividad cambiaria, lo cual significa devaluación (como la devaluación proviene de cuestiones que en muchos casos son exógenas, sólo se difiere en cuanto a ritmos y formas)
-la competitividad cambiaria no se puede recuperar si no se frena el proceso de aumento en la nominalidad de precios. Es decir, hay que buscar la forma de que la devaluación se traslade relativamente más a transables que a no transables (la clave del éxito devaluador; si los sueldos aumentan más que el dólar no les sirve; es lo que pasó en los años anteriores a 2013, en los cuales el dólar aumentó pero significativamente menos que la inflación).
-el punto anterior implica un nivel de precios más alto en lo que se refiere a la relación de los bienes con los ingresos. Es decir, una demanda interna más moderada.
Todo redunda en una recomposición de los márgenes de retorno de la inversión.
En este contexto más o menos consensuado, actúan los halcones y las palomas.
Los halcones pretenden una devaluación brusca, que acompañe "las expectativas de mercado". Las palomas quieren gradual.
Los halcones pretenden que a la suba en el mercado interno de los precios de las materias primas que producen los establecimientos agrícolas que implica un proceso devaluatorio (aunque no sea brusco sino administrado) se le agregue una presión adicional: la eliminación de retenciones. Lo cual sería implícitamente reconocerles a los productores agropecuarios un tipo de cambio más alto todavía (o sea, mayor precio en el mercado interno para commodities como la harina y el aceite).
Las palomas son más razonables: quieren dejar las retenciones como están.
Aunque si se quisiera evitar traspaso a precios de alimentos de la devaluación, deberían subirse (no bajarse) las retenciones.
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