martes, 21 de marzo de 2017

A un año y monedas del histórico fin del "cepo"

Es cada vez más común que al actual gobierno se le señale públicamente algunos de los visibles “fracasos” de sus políticas.

Como respuesta, los funcionarios suelen maniobrar algunos estandartes de defensa, de decisiones acertadas y supuestamente beneficiosas para todos los argentinos (los discursos políticos insisten ciegamente sobre esta imposibilidad).
 Una bandera muy flameada es la del levantamiento del “cepo cambiario”.

Decisión que les cambió bastante la vida a todos los argentinos. A algunos para mejor, a otros todo lo contrario. Lo que ocurre siempre, con todas las decisiones.

Indagar un poco en las características del levantamiento del “cepo” y sus consecuencias a más de un año de consumado nos permitirá tener una opinión más acabada sobre el tópico, que el gobierno defiende a rajatabla como uno de sus mejores logros.

El levantamiento del “cepo” no fue otra cosa que la liberalización de una parte importante y básica del mercado financiero, tal es el comercio de moneda extranjera.
La decisión implicó una batería de decisiones conexas que derivaron en la unificación del valor del dólar en función del libre juego de oferta y demanda, apenas intervenido por el banco central en su rol aleatorio de comprador o vendedor.

La cuestión es que, entonces, lo que se desconstruyó es todo un entramado de límites y regulaciones asentados sobre la base de un esquema de prioridades de acceso a moneda extranjera, relacionadas (esas prioridades) con el tipo de actividad económica desarrollada y la incidencia que la operación tuviera sobre el proceso de formación de precios (principalmente de alimentos) y de competitividad industrial y comercial, lo cual determina secundariamente el nivel de empleo.

Liberar el mercado financiero, acorde a la desregulación en el tránsito de capitales que supone la globalización, significa básicamente permitir que procesos como la formación de precios de alimentos en el mercado interno y la generación o conservación de puestos de trabajo queden librados al accionar de factores ingobernables. La única prioridad la tiene el que tiene más plata.

El primer efecto de la salida del cepo fue una suba brutal de la cotización del dólar que se usaba para comerciar, o sea importar y exportar. A eso además se le sumó le eliminación de las retenciones (que operaban como un dólar diferenciado).
Los productores de materias primas para alimentos en Argentina dejaron de cobrar 7 pesos por cada dólar al que se cotizan sus toneladas de producción y pasaron a cobrar 15. Como el comprador no discrimina precio en relación a si lo exporta o lo usa para producir harinas o aceites que se consumen acá, el resultado fue un durísimo aumento de precios de los alimentos en general, muy por encima de la inercia inflacionaria.
40% aproximadamente fue el aumento general de precios según datos oficiales durante el 2016. Los alimentos superaron en varios puntos ese guarismo. Y algunos alimentos básicos, como el pan, superaron en varios puntos el promedio del total de alimentos, que ya superaba largamente el total de todos los precios, que superó largamente, a su vez, el promedio de aumentos salariales.

Pero, lo que para el sector comercial fue una devaluación, no tuvo el mismo efecto para el sector financiero, que operaba con una cotización cercana a 17 pesos o más, debido a las restricciones formales que encontraba (operaban con el dólar ilegal, conocido como “blue” y sacaban dólares del país a través del “contado con liqui”, práctica legal pero cara). La remisión de utilidades directa, de parte de empresas, estaba virtualmente prohibida.
El fin del cepo significó entonces, en el mismo movimiento, un encarecimiento de los productos importados y de los commodities exportables que utilizan al dólar como unidad de cuenta, pero un abaratamiento para el flujo de capitales financieros, que redundó en menos barreras para el ingreso de dólares financieros y un mejor acceso al mismo para fugarlo.

Así, las empresas y los millonarios que ganaban pesos en cantidad por ejemplo aumentando los precios de lo que venden por encima de los salarios que pagan, obtuvieron una ventaja adicional: conseguir dólares fácilmente y sin pedir permiso y a menor valor, para la “formación de activos externos”, es decir, llevárselos del país a través de transferencias a sus empresas off shore. Como decía Don Carlos, Tudo bem, tudo legal.

Claro que queda por definir una cuestión. Si la demanda de dólares aumenta (porque las empresas y los millonarios aprovechan estas condiciones especiales para la fuga) tiene que aumentar también la oferta, porque si no se produce una nueva devaluación (recordemos que el valor del dólar lo pone el libre juego de la oferta y la demanda). Las inversiones, si bien se incrementaron por operaciones financieras como compra de acciones, no tuvieron un crecimiento tan grande Las exportaciones, en un mundo en que el comercio mundial está estancado, tampoco.
Así es que, por ejemplo en lo que va del año, según datos del Banco central, el superávit comercial (la diferencia favorable entre exportaciones e importaciones) viene reduciéndose, al tiempo que por la salida vinculada al turismo, a seguros, fletes y transferencias de utilidades y remesas, ese superávit más que se compensa, dando un saldo apenas negativo de cuenta corriente.
Entonces, solamente queda la esperanza de que por cuenta financiera se den mayores ingresos que egresos.
Allí es cuando los liberales descubren el rol del estado. Esta entidad impersonal, que actúa por orden de “todos”, es capaz de pedir millonarias sumas de dólares (70 mil millones en 15 meses) prestadas. Para que los que quieran comprar dólares los tengan disponibles.
Así es que no solo la mayoría de los argentinos financió, con la reducción de sus ingresos, las ganancias de los sectores volcados a la producción primaria, sino que además se endeudó a 20 años, de manera meteórica, esta vez para financiar el abaratamiento de la fuga de divisas emprendida por grandes empresas patrocinadas por bancos internacionales que cobran monstruosas comisiones por desarrollar la ingeniería financiera.

Algunos de estos inconscientes financistas, los que tienen la suerte…perdón, la meritocracia, de cobrar salarios un poco más altos, tuvieron su retorno: compraron dólares fácilmente para irse de compras a Miami, Temuco o Río.
Así fue que la balanza turística, en lo que va del año, muestra la salida de más de 2000 millones de dólares de “nuestras reservas”. La parte de la clase media que queda por encima de la línea imaginaria que se traza con el ingreso familiar promedio, algo obtuvo a costa de hipotecar nuestras exportaciones futuras y convertirnos, como país, en demandantes perpetuos de crédito. Hablame de populismo después.

Evidentemente, hay grandes argumentos para sostener que la salida del “cepo” fue un éxito.
Nos insertó de nuevo en el mundo de las finanzas globales, ese ámbito tan apropiado para concentrar la acumulación de capital en cuentas bancarias de “países serios”, esos que regulan firmemente las conductas impropias de sus habitantes (como cortar calles) y que hacen lo contrario con los flujos de capitales generados por el trabajo de toda una población.
Y al mismo tiempo significó, casi secretamente, una transferencia brutal de ingresos del Padre Pepe a Jorge Brito, de Margarita Barrientos a Cargill. Y todo esto, con escaso conflicto social.
Cristiano Rattazzi (otro pobre perjudicado por el gobierno anterior, pero por meritocracia ya largamente compensado) tiene razón: le tendrían que hacer un monumento.