En un barrio porteño, que podría ser el de Flores,
transcurren los hechos que, ordenados por la inteligencia y por la noción de
causalidad, podrían constituirse en una historia. No disponemos de todos los
pormenores sino sólo de algunos rasgos generales.
Hay un muchacho de unos 18 años que siendo chico atestiguó
el abandono del hogar familiar por parte de la madre (reconstruyó una relación
con ella más adelante, aunque muy precaria para los usos y costumbres). Se crió
con el padre y con sus abuelos paternos, quienes fueron sucesivamente
falleciendo. La última, su abuela, pareció esperar la conveniencia de que el
muchacho cumpliera la mayoría de edad.
Heredó un amplio departamento de 4 ambientes, un poco venido
a menos, y una deuda de 200 mil pesos de expensas.
Con la secundaria terminada, el muchacho intentó algunas
changas, pero en la actualidad carece de trabajo y por ende de fuente regular
de ingresos.
Es, para el paladar negro de la clase media vecinal (sobre
todo la geriátrica) un vago.
La cuestión es que esa poco envidiable combinación de deuda
heredada y falta de ingresos lo pone en una situación de debilidad ante el
habitual revoloteo buitre. El consorcio ya le mandó cartas documento varias, ya
se completaron varios pasos legales y, al parecer, es inevitable la inminente
ejecución de la propiedad, que iría a remate.
Cuentan las “malas lenguas” (esas que pocas veces se
equivocan) que el propio administrador del consorcio tiene algún interés
especial en el remate, ya que le permitiría quedarse con un departamento de 150
lucas verdes, con apenas 5 (lo necesario para saldar la deuda de la unidad con
el consorcio).
El pibe, obviamente, si esto se concreta quedaría en la
calle (y sin empleo).
Hasta acá los hechos (o esas creaciones discursivas derivadas
de la interpretación de los mismos). La
imaginación y cierto afán literario nos convidan a completar la historia
con desenlaces posibles, haciendo hincapié ya no en las particularidades del
caso sino en líneas generales de conductas esperadas.
Un tipo, poco importa quién, se queda con una propiedad de
150 lucas verdes, pagando por ella apenas 5 en un remate. El antiguo
propietario se queda en la calle, con apenas 18 años.
Puede que unos años más tarde la vida los reencuentre en
otra coyuntura, y el ya no tan muchacho le pegue un tiro en la cabeza al señor
para sacarle la billetera.
Pero la vida es bastante renuente a la justicia poética, así
que más probablemente el tiro termine dirigido a la cabeza de otra persona,
ajena a estos pormenores.
Es posible también que el honorable señor del exitoso
negocio de las 150 lucas, o algunos de sus silenciosos facilitadores o
justificadores, reflexionen ante hechos así sobre lo “enferma que está la
sociedad”. Los justificadores del pagar las cosas lo que valen pedirían, ante
el caso, más policía para evitar que “nos maten como moscas”.
Y un corolario político: los partidos que intenten “reconciliarse
con los sectores medios” para ampliar su base de representación tendrán que
disponerse a naturalizar la ocurrencia de hechos como los narrados hasta la
mitad “verídica” de la historia, y dar respuesta a la indignación que provocan
las reacciones imaginadas por este humilde cronista.
He aquí los dilemas que hacen que a veces nos parezca preferible la especulación teórica a la práctica irreflexiva
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