jueves, 22 de octubre de 2015

Retenciones y agregado de valor


Todos los candidatos coinciden en que hay que eliminar retenciones, salvo para la soja, que de todos modos bajarían.
Tiene lógica.

Yo nunca creí que las retenciones fueran una herramienta meramente recaudatoria para que el tesoro contara con plata para gastar (efecto que también consiguen, pero que es a mi modo de ver el secundario, en el sentido de que es el más fácilmente neutralizable en caso de que falten).

Pero siempre me pareció más importante la función macroeconómica de las mismas.

Son en la práctica un tipo de cambio diferencial (más bajo) para los exportadores de materias primas. Son, entonces, un ordenador de incentivos y expectativas en el corazón del aparato productivo argentino, tan fértil para la producción de materias primas para alimentos.

Pero es lógico entonces que si los precios internacionales bajan (de 600 a 340 dólares en el caso de la tonelada de soja) se modifiquen con fines contrarios los mecanismos para que los vaivenes en esos precios no impacten internamente.
Digamos, cuando los precios están altos las retenciones suben con el objetivo de emparejar las competitividades con otras actividades, cosa que no ocurre ante un alza exógena de precios, que si se traslada al mercado interno modifica toda la estructura de precios y costos y dirige los recursos de inversión de una manera concentrada a las actividades beneficiadas con dicho aumento de precios.
Pero en caso de una baja tan drástica como la actual, y ante la necesidad de conseguir los dólares que dicha exportación puede aportar, bajar las retenciones (o eliminarlas) es incentivar esas exportaciones a partir de mejorar las tasas de retorno de la inversión.

Ahora, lo curioso es que los candidatos defiendan estos ajustes a las rentabilidades, estructuras de costos y precios de las actividades productivas y al mismo tiempo propongan la "solución" a los males argentinos de agregar valor a dichas materias primas en origen.
Muchachos, subir el precio de las materias primas no es la mejor forma de incentivar su industrialización en origen, sino todo lo contrario. Al menos en principio, y en el corto-mediano plazo.

Aunque se apliquen otras políticas tendientes a mejorar las condiciones de competitividad de los postulantes a agregar valor, la suba de los precios de estas materias primas es una medida que empuja bastante fuerte para el otro lado.
Y que promoverá una suba de precios de los alimentos en nuestro mercado interno por encima de los índices de inflación (que es una especie de promedio de precios, incluido entre estos el salario).
Y ahora los dejo, con más fe, optimismo y esperanza que nunca.

En definitiva, ojalá que el domingo gane el mejor, que en la democracia es (y aquí caemos concientemente en una petición de principios) el que saca más votos.